domingo, noviembre 05, 2006

Lenguaje

Recuerdo cuando oía el palpitar de tu corazón,
y recuerdo el de mamá cuando estudio la analogía de lo que me hace sentir los sonidos de los tambores.
Pero recuero el tuyo cuando solía poner mi oído sobre él y escuchaba lo que tú no me podías explicar con las palabras que se destruían en el vaivén del viento…

Y lo escuchaba, construía grandes pilares en el mío, grandes porque el corazón canta cosas que a veces nadie percibe. Es un idioma corazón, con toda una estructura de signos casi formadores de un sistema lingüístico, cuyo entendimiento consiste en algo más de lo que capta un oído agudo; o de aquel que sabe interpretar no sólo al oír, sino a una constante reacción con las sensaciones. Entonces, el corazón logró decirme lo que tú no me pudiste decir con las palabras, aquello que ni la razón alcanza rápidamente entender o que entiende lentamente.
Aquello que no pudiste explicarme porque no supiste nunca quién eras, qué era tu persona ante esa gran sensación y precisar un sentimiento.
Pero desde mi humilde entendimiento y debido al idioma de mi corazón y de la decodificación del lento razonamiento, logré percibir esa música que cantabas para mí cuando estuviste enamorado de mí. O por lo menos eso percibí, tú sabes: cosas entre dos corazones que nada tienen que ver con un razonamiento rudimentario, contaminado de acciones maliciosas terrenales o por tercos positivistas.
Lo que te digo son puras suposiciones, porque quienes conocen verdaderamente todo esto son esos dos corazones que estuvieron enclaustrados de esa sustancia maravillosa que sólo tú y yo sabíamos que nos envolvía en contextos y situaciones distintas y en esta capsula que fue arrojada en el universo y que es parecido al vació…
Esa es la verdad, la verdad que ahora trato de asegurarme cada vez que me pregunto de un comienzo y de un inevitable fin…
Ahora cuestiono que si cuando te sueño de vez en cuando y sin mi voluntad, es gracias a esos lenguajes de corazones que sólo éstos saben interpretar y que aún persisten en esos signos que se han de arrojar al viento y sin mi consentimiento…

Natalia Gabriela G.

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